Etgar Keret, escritor israelí.

Victor-M Amela, Ima Sanchís, Lluís Amiguet

   “Estoy llamado a algo grande, pero aún no sé qué es”

05/02/2013 – 00:00

"Estoy llamado a algo grande, pero aún no sé qué es"

Foto: David Airob

                                     Víctor – M. Amela                                          

Etgar Keret es un hombre menudo pero le cabe todo dentro. Se siente llamado a algo muy grande, pero no sabe de qué se trata. Algunos le llaman “genio”, pero él no hace caso “ni a eso ni a las críticas”. Le pregunto cuál es la clave de un buen cuento y no lo sabe, pero sí para qué sirve un cuento: “Empatizas más con un personaje de cuento que con tu vecino, así que cada cuento te ayuda a entender mejor a la humanidad”. Dice Quim Monzó que Keret es “absolutamente recomendable”, y coincido tras leer De repente, llaman a la puerta, La chica sobre la nevera, La pizzería kamikaze y Un hombre sin cabeza (Siruela) / De sobte, truquen a la porta (Proa).

No ha decidido aún si hay Dios? Lo dijo Lev, mi hijo, cuando en la escuela le preguntaron sobre Dios, como me ha preguntado usted.
¿Cómo fue? Mi hermana, a sus 49 años, tiene once hijos y ocho nietos, es una judía muy religiosa. Por eso mi hijo dijo: “Mi tía cree que hay Dios. Mi madre cree que no. ¡Y mi padre y yo no lo hemos decidido!”.
Bravo por Lev. ¿Significa algo? Corazón.
¿Y significa algo su nombre? Sí, Keret es urbe. Y Etgar significa desafío. ¡Me cuadra! Como escritor soy urbanita, y he desafiado a la vida.
¿Y eso? ¡Estoy vivo de milagro! El cordón umbilical me estrangulaba y me sacaron por cesárea.
¿Cómo siguió luego el “desafío”? En el ejército: “¡A limpiar letrinas, Etgar!”. Jugaban a que hiciese honor a mi nombre.
¿La mili es obligatoria en Israel, no? Durante tres años. Para un israelí es consustancial a la existencia: hay que hacerla y punto. A mí no me apetece lo de matar y morir, ni me gusta el antiindividualismo militar, pero… es una experiencia muy profunda y transformadora.
Explíquese. Somos tres hermanos: el mayor, mi hermana y yo. Y a todos nos cambió la vida. El mayor era de derechas, y un día derribó un caza sirio: mató al piloto y al copiloto.
¿Le afectó? Hoy es activista por los derechos humanos en la izquierda antisionista.
¿Y su hermana? Era guía de artillería, se enamoró de un compañero, iban a casarse, y a él lo mataron en Líbano. Ella se refugió en la religión.
¿Y usted? Iba para ingeniero, estudiaba en la universidad con mi mejor amigo, y él murió en el ejército… No pude seguir estudiando y empecé a escribir…
Entiendo: el ejército le hizo escritor. Sí, así es. Hubiera sido un mal ingeniero.
¿Fue su primera vocación infantil? En la escuela me preguntaron qué sería de mayor: “Parásito”, dije. Se asustaron.
¿Lo ha conseguido? Tengo la sensación de que todo lo que hago es menos de lo que podría alcanzar.
¿Qué podría alcanzar? No sé, algo grande: comprender a los peces antes de morir, redimir a la humanidad…, ¡cosas así! Siento que escribir cuentos se va acercando un poco a eso que no sé qué es.
Me tranquiliza. Pero mi verdadera vocación infantil era esta: que mamá esté contenta. Y sigo igual. La venero: ¡es una superviviente increíble!
¿Sí? Cuénteme. Con cinco años vivió en el gueto de Varsovia con su padre, su madre y un bebé. Y ella los sostuvo: se escabullía del gueto por cierta calleja para conseguir comida o colillas con que hacer cigarrillos y venderlos.
¿Y los nazis no la veían salir y entrar? Alguna vez le dieron patadas que podían haberla matado, sí. Al cabo de un año, murieron su madre y el bebé…
Horrible. A ella y al padre los llevaron a otro gueto: hubo un levantamiento y mataron al padre.
¿Y qué hizo ella? Con diez añitos, sola, cruzó Europa. Se escurría en trenes, vendía lo que podía… Los nazis la empujaron desde un vagón: con tres costillas rotas, descalza ¡y catorce grados bajo cero!, caminó y sobrevivió… Así llegó a Francia, y de allí la enviaron a Israel…
¿De dónde sacó las fuerzas? Su padre le había dicho: “Si yo muero, sólo tú quedarás para preservar la memoria de la familia Keret”.
¡Y lo hizo! Sí: yo uso el apellido Keret. Ella me lee en hebreo y le gusto, pero el día en que me tradujeron al polaco y me leyó… ¡lloró!
Su lengua materna, claro… Me dijo: “No eres un escritor israelí…, ¡eres un escritor polaco exiliado!”.
Muy bien visto… Sí, es curioso que sea en Polonia y Alemania dónde más gusta mi obra… Y ahora ha pasado algo hermoso en Varsovia.
¿Qué? Un arquitecto admirador de mis cuentos ha aprovechado una calleja de poco más de un metro de ancho para construir y dedicarme la casa más estrecha del mundo.
¿Por qué tan estrecha? Homenajea mis cuentos, breves y sintéticos. Mire, mire esta foto de la casa Keret…
¡Apenas cabe su cama! ¿Duerme bien? Alguna vez he pernoctado ahí, y se presentan admiradores borrachos en plena madrugada, invitándome a copas: ¡es como un pogromo… pero festivo, ja, ja…!
Mejores tiempos que los de la Varsovia de su madre, desde luego… Ella no se atreve a volver. Le enseñé la foto de la casa Keret… y reconoció el lugar: ¡la casa ocupa justamente aquella calleja que ella cruzaba para escapar del gueto…!
Qué buen guionista es Dios. Si lo hay…, me quiere.

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